En los comienzos, Internet era un sitio bastante
estático. Todas sus páginas se creaban de forma fija y muy pocas veces se
actualizaban, por lo que su contenido era bastante previsible y ofrecía muy
poca interacción con el usuario. Esta era la Web 1.0.
Poco a poco, las webs empezaron a utilizar nuevas
tecnologías y adaptaron su contenido a páginas más dinámicas que lograban una
mayor riqueza de contenido gracias a su capacidad de comunicación con bases de
datos. Surgieron los gestores de contenidos y los formularios empezaban a
utilizarse ampliamente. Con fruto de
varias conferencias, varios expertos y grandes empresas decidieron que para
sacarle mayor partido a la red de redes debían cambiar su punto de vista: nació
la Web 2.0.
La Web 2.0 surge como una actitud y no como una nueva
tecnología. Es, por lo tanto, una nueva forma de hacer las cosas. Un nuevo modo
en el que el usuario es el que controla la información. Según esta nueva
filosofía, para el empresario un sitio web deja de ser suyo para pasar a ser
nuestro. Representa la evolución de las aplicaciones tradicionales hacia las
aplicaciones web orientadas al usuario.
Los impulsores de la Web 2.0 creen que el uso de la web
está dirigido a la interacción y a las redes sociales. Como consecuencia han
surgido varios sitios que pretenden ser un punto de encuentro entre usuarios y
donde su existencia depende fundamentalmente de los usuarios. Son redes de
usuarios que se comunican entre sí, de modo que sin ellos estos servicios no
tendrían sentido.
En las redes se tiende a compartir información personal,
y con ello aparecen varios problemas: la falta de privacidad y
de seguridad. Un ejemplo de red social es Facebook. Es
la más utilizada hoy en día a nivel mundial. En ella millones de usuarios suben
fotos, escriben sobre su estado de ánimo, las novedades de su día a día,
opinan, comentan las publicaciones de sus amigos, se reencuentran con viejos
conocidos, etc.